(…)de Argentina, por culpa de un hijo de la grandísima puta funcionário del Alto Comisionado para los Refugiados, me mandaron a Rumania, al país de los Cárpatos donde mandaba el camarada Nicolae Ceaucescu, el titán de los titanes, y su esposa Elena, la hada de las hadas.
Para un exiliado, el socialismo rumano, era el paraíso, pero el paraíso tal como nos lo habían enseñado los curas en Chile, un lugar al que llegas, te sientas en una nube a tocar el arpa y así sigues por toda la eternidad. Eso hice. Llegué, me quitaron todos los documentos por razones de seguridad y me asignaron a un ángel de la guardia bajito, con bigotes gruesos y cuya alimentación se basaba en ajos. Se llamaba Constatinescu, un funcionario de la Securitate con la misión de acompañarme la veinticuatro horas y de informar de todo lo que hacía, pero literalmente de todo. Lo primero que veía al despertar era el camarada Constantinescu; mientras me lavaba los dientes el camarada revisaba la almohada, el colchón, la mantas, en busca de algo que ni él mismo sabía; enseguida me correspondía estudiar las obras del camarada Nicolae hasta mediodia, por la tarde continuaba con lecturas de la obras de la camarada Elena, filósofa, economista, astróloga y obstetra, todo al mismo tiempo(…)
Para un exiliado, el socialismo rumano, era el paraíso, pero el paraíso tal como nos lo habían enseñado los curas en Chile, un lugar al que llegas, te sientas en una nube a tocar el arpa y así sigues por toda la eternidad. Eso hice. Llegué, me quitaron todos los documentos por razones de seguridad y me asignaron a un ángel de la guardia bajito, con bigotes gruesos y cuya alimentación se basaba en ajos. Se llamaba Constatinescu, un funcionario de la Securitate con la misión de acompañarme la veinticuatro horas y de informar de todo lo que hacía, pero literalmente de todo. Lo primero que veía al despertar era el camarada Constantinescu; mientras me lavaba los dientes el camarada revisaba la almohada, el colchón, la mantas, en busca de algo que ni él mismo sabía; enseguida me correspondía estudiar las obras del camarada Nicolae hasta mediodia, por la tarde continuaba con lecturas de la obras de la camarada Elena, filósofa, economista, astróloga y obstetra, todo al mismo tiempo(…)
La sombra de lo que fuimos, Luis Sepúlveda
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